Contexto, mi cuarto, universo autónomo de realidades oníricas. Asunto, la muerte del Señor Autor. Testigos, las pinturas surrealistas, los diccionarios sobre la repisa. Titulo, Sin Titulo (por ahora).
Antes de coger delicadamente el lápiz con sus manos palpó su piel, delicada como un papel de cebolla. Observó por un momento el papel blanco y comenzó a escribir.
Sin Titulo
Esta mañana en el cuarto se encontró muerto al Señor Autor. Según cohabitantes del Cuarto del Sr. Autor, este tenía pocos enemigos, estos se limitaban a aquellos personajes que él había asesinado en alguna historia. Los marcadores de colores alegan que fue un trabajo interno porque las cerraduras no fueron forzadas. Los diccionarios sobre la repisa apuntan a los residentes de la repisa surrealista, alegando que estos carecen de sus facultades mentales. Poco después se detuvo a uno de ellos que repetía sin parar que la diferencia entre un loco y él es que el loco está loco y él no. Aguste Dupin estará al frente de investigación.
Sus venas, como raíces, eran síntoma, entre tantos otros, de su edad. Las presionó un poco, como midiendo su flexibilidad. Entonces continuó haciendo trazos en el papel.
En algún momento, de la noche o madrugada, el distinguidisísimo Sr. Autor pasó a mejor vida. Un suceso lamentablisísimo que hoy nos oprime el pecho y nos nubla la vista con lágrimas, de manera similar al gas pimienta. Le sobreviven infinidad de libros, propios y adoptados, para quienes esto es una perdida tristesísima. En horas de la tarde desfilaron infinidad de personajes por su amplia frente, para quien él era un padre afectivísimo. Para beneficio de los que deseen darle un último adiós su velorio se extenderá hasta mañana tardisísimo. No olviden mostrarse afectadisísimos aunque no lo conozcan.
Los nudillos anchos, como enormes sortijas que la vejez le regaló. Los apretó un poco antes de tomar el lápiz, otra vez.
A la comunidad autónoma del Cuarto
Estimado pueblo cuartario, por la presente carta ofrecemos el más profundo pésame por la perdida del líder Autor. A quien se estima por la fundación de la sociedad como la conocemos hoy, quien dirigió la comunidad con mano firme hasta esta mañana. Sin embargo entendemos que no es razón para el estancamiento cultural ni político. Debemos levantarnos como pueblo, como una república autónoma, que ha sido pisoteada por demasiado tiempo. ¡Compañeros! Es nuestro lugar comenzar un nuevo orden, libre de decisiones arbitrarias impuestas por un líder ausente que no nos representa sino en interés de sus experimentos literarios. Es por ello que todo ciudadano preocupado por el futuro del Cuarto debe acudir a la asamblea, pasado mañana, frente a la repisa de literatura universal.
ATT
Hermandad de personajes asesinados.
Las yemas de los dedos callosas, redondas con las que aguantaba aquel instrumento para escribir parecían uvas de colores imposibles.
Diagnostico: Locura. El paciente Surrealista presenta un cuadro de esquizofrenia avanzada. Ve cosas que no están y lo que está lo entiende de otra manera, por lo cual no puede ofrecer testimonio de lo sucedido la noche (o mañana) de la muerte del reconocido Sr. Autor. Éste insiste en su inocencia y señala a los diccionarios como los culpables de la muerte de Autor. Alega que los diccionarios son los responsables de la muerte del Sr. Autor, debido a que estos afectan directamente su proceso de edición. El paciente Surrealista no puede ser procesado legalmente ya que carece de sus facultades mentales.
Todo eso escribió el autor antes de dar a sus manos blandas una última mirada atenta. Tan similares al resto de su cuerpo decrépito. Luego miró a su alrededor, con suma atención en los detalles estéticos, observando el orden perfecto y exacto de sus libros. Compañeros de sus días y amantes en sus noches. Dejó sus cuatro nuevos escritos sobre el escritorio y comenzó la edición infinita de su último cuento, imperfecto y mediocre como todo lo que había hecho en su vida. El cuento en cuestión era el siguiente, que carecía de valor y necesitaba edición apropiada.
Con la cabeza sobre ambas manos y mirando su historia incompleta, sentía su impotencia crecer. Le asqueaba su mediocridad, su incapacidad para parir una obra maestra. No estaba listo para publicar, se decía, nunca lo estaría. Faltaban detalles de edición, cortar aquí, cambiar allá. Si se esforzara más, si se dedicara más a perfeccionar su limitado lenguaje y sus fallas de redacción y estilo. Pero él ya conocía esa historia, ya había estado allí, para su pesar, muchas veces. Pensando que quizás con esforzarse más, que más sacrificio sería equivalente a más talento. Se engañaba, una y otra vez. Como si pudiera despertar la mañana siguiente con el intelecto de alguno de sus autores favoritos. No. Nunca lo sería, se decía mientras recopilaba toda su obra en una pequeña torre. Desde su primer poema hasta el cuento que intentaba editar más temprano. Solucionaría el problema esa misma noche. Sería la última vez que editaría algo en su vida.
Rasgó las páginas, disfrutaba el sonido de éstas. Páginas mojadas con su saliva, el sabor desconocido de la tinta. Mientras los bordes su garganta cortaban. Cerraba los ojos al sentirse lastimar, cada vez más y más palabras se atoraban en su cavidad bucal. Pedazo a pedazo sin pensar. Perdición autómata. Miles de palabras por nadie más leídas le inundaban. Tragaba, tragaba. Hasta que estás quedaron allí prensadas, para toda la eternidad, o hasta que el médico forense llegara.
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