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sábado, 14 de noviembre de 2009

María Hunter

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Usualmente los buenos comienzos comienzan con el final, porque no están en función de suspensos mezquinos que pretenden mantener al lector en expectativa de quién sabe qué final vulgar. Es por ello que comenzaré diciendo que María Hunter es ahora un pájaro, por eso no puede leer el túnel. Como todo lo que sucede que es de veras impactante sucedió en improviso pero tan sutilmente que no podría llegar a narrar cómo ni cuándo sucedió su transformación. A María Hunter le gustaba soplar plumas, correr cuesta abajo y comer semillas. Detestaba las jaulas, los gatos y las personas que hablaban demasiado. Le gustaba también soñar con árboles de cortezas agrietadas. Aquí me he desviado un poco, pero como ya había dicho María Hunter, en su forma de pájaro nunca podrá leer la metamorfosis.

            Sucedió que andaba una noche por el paseo de la princesa esquivando las miradas de los gatos que por allí merodeaban. Pensaba, por para eso salía en sus noches sola a caminar, en la veracidad vs la falsedad del amor espiritual, ya que nadie ama a alguien que no tiene cuerpo. Además la imagen del ser amado era venerada en exceso, por lo cual el cuerpo no podía ser sólo un envase que contenía aquello que nadie sabe lo que es. Pero divago…
¿Cuántas veces no ha sucedido que parejas y amigos de infancia han sido confundidos por hermanos de sangre? María Hunter había pensado previamente que, tal vez, si alguien observaba a otra persona por el tiempo suficiente este se podía convertir en aquello que miraba. Claro que ella, en su forma de ave no pudo leer a Cortázar
Imaginaba ella situaciones fantásticas, como la de los niños criados por lobos y otra cantidad de trastornos psicológicos probables. Inventaba posibles registros psiquiátricos, como hombres que terminan pesándose tigres o cucarachas. Sé preguntaba cómo podía ser que un hombre -o una mujer, pourquoi pas?- afirmar que era una u otra cosa cuando de la lista de los animales existentes, ninguno podía comunicar a los seres humanos pensamientos de tal complejidad, como el de creerse tal o cual cosa. Esto, por su puesto debido a la falta de un idioma verdaderamente universal. Consideró entonces que quizás los psicólogos hacían alguna rueda en torno al sujeto afectado y deliberaban, como algún macabro juego el mal de identidad que sufría el paciente. Pensar en ello le repugnaba, casi del mismo modo que detestaba la mirada gulosa de los gatos que caminaban lentamente bajo el lugar donde hacía unos minutos había decidido descansar.
Divago por algún tiempo en ideas parecidas a las anteriores mientras miraba a los caminantes que correteaban o se agarraban de la mano. Prestó atención a aquellos felinos que observaban a los animales erguidos, como si quisieran convertirse en hombres por fuerza de forzada atención. Con esta idea llegó a lo más profundo de lo absurdo, y soltó un chirrido de risa. Había que pensar cada cosa en este mundo, porque para eso es que se es homo Sapiens Sapiens, animales que ella llevaba algunos años estudiando minuciosamente. Cansada ya de las divagaciones inútiles extendió sus alas y levantó vuelo hacía un mejor lugar donde pensar en paz.