El olfato nunca fue tu sentido más desarrollado. Así mejor. Pasada la primera impresión puedo ver los detalles. Hay algo cómico en tu semblante vacío que lentamente comienza a no ser. Justo ahí, donde pensabas que tenias patas de gallina, te hacen cosquillas. Cosquillas desde adentro, debajo de tu piel. Me alegra que no sientas y por lo tanto no guardes rencor. Son criaturas adorables cuando te acostumbras a ellas. Se deslizan sin reserva unos sobre otros. Contrario a ti que siempre exigiste un amplio espacio para tu persona. Hay algo atractivo e hipnótico en su color. Algo que no es blanco pero que nadie ha sabido apreciar. Tu tampoco lo hubieras apreciado. Pensaste siempre que en boca cerrada no entrarían moscas. Ilusa. Nunca lograste sellarla. Ahora yace permanentemente abierta, tibia, cómoda para los nuevos inquilinos. No proviene de ti esa calidez. El único calor que te queda agradécelo al movimiento permanente, al roce interminable de los nuevos miembros de tu ecosistema. Inevitablemente te has reducido sólo a eso. Tu y las millones de vidas que de ti viven. La diferencia es que ahora tu conocimiento es también parte de su alimentación. Te has quedado sin neuronas. Ya nunca podremos encontrar cuál se nutre de tus lecturas. Dentro de alguno de ellos se vuelve a descomponer el hombre muerto que es Quiroga, sus exhombres con sus moscas. Me quedaré aquí, observando, hasta que el color de tus huesos quede revelado. El olfato nunca fue mi sentido más desarrollado.
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